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Dos expedientes de los servicios sociales de Godella (Valencia) abiertos esta misma semana no han llegado a tiempo para evitar la muerte de Amiel e Ichel, de tres años y medio y cinco meses, respectivamente, a manos de sus padres. La Guardia Civil acusa a María Gombau, de 27 años, y a su pareja Gabriel Salvador Carvajal, de 32, de un delito de homicidio hasta que se determine si fueron ambos o solo uno de ellos quien acabó con la vida de las criaturas en la madrugada del miércoles al jueves y los enterró en sendas tumbas improvisadas a 45 y 50 metros de la casa okupada en la que subsistía la familia. Los agentes hallaron a los pequeños bajo tierra tras horas de búsqueda en el lugar que les señaló la madre. «Fueron horas muy angustiosas porque ninguno tenía un relato coherente. Cambiaban las versiones. No parecía que fingieran sino que estaban trastornados», señalan fuentes de la investigación.

Las autopsias realizadas ayer a los pequeños en el Instituto de Medicina Legal de Valencia han revelado que ambos murieron por múltiples fracturas en el cráneo. Presentaban numerosos golpes que supuestamente les fueron inflingidos junto a la piscina de la casa en la que vivían, donde se hallaron numerosos restos de sangre. En el escenario, la Policía Científica no ha encontrado ningún objeto manchado, por lo que se cree que pudieron ser lanzados contra el suelo de cemento. Las pruebas forenses han descartado que las víctimas fueran sumergidas en agua, como habían sugerido las primeras informaciones del padre.

Las alertas saltaron el lunes cuando la madre de María, que vive en Rocafort, el pueblo de al lado, llamó a la Policía Local de Godella para que se trasladara a la casa de campo en la que habitaba su hija con el resto de la familia. Había recibido un whatsapp de su hija: «Voy a reunirme con el Creador», por lo que temía que la mujer intentara quitarse la vida. Dos patrullas de ambas localidades acudieron a la vivienda, en un carril entre olivos abandonados y matojos sin control. Los recibió María con su bebé en brazos, seguida por Gabriel Salvador, nacido en Bélgica de padres españoles. «Siempre están peleándose. Están locas las dos», les dijo él a los agentes. «Se comprueba que se trata de un conflicto con miembros de la familia extensa. Tanto los progenitores como los menores se encuentran en buenas condiciones», indica el comunicado difundido por el Ayuntamiento de Godella.

Servicios sociales

Dos días después quien se pone en contacto con los servicios sociales es el Teléfono del Menor. Al parecer, de nuevo les había requerido la abuela a sabiendas del mensaje recibido el lunes y de los antecedentes de su hija, que ya había sufrido otros episodios psicóticos. Los asistentes sociales hablaron con el colegio San Sebastián de Rocafort al que asistía Amiel, con el centro de salud y con la Policía local de Godella «además de contactar telefónicamente con la familia extensa para ampliar la información y continuar la intervención», indicó el Ayuntamiento.

Esa misma tarde, una amiga de la familia vio a los niños con vida en la casa. Ya no hubo posibilidad de intervención alguna. A las siete y media de la mañana del jueves, la Policía local fue requerida de nuevo. Varios testigos vieron a una mujer morena corriendo desnuda a través de los campos. Alterado, persiguiéndola y también desnudo iba Gabriel. Tanto los agentes locales como la Guardia Civil, que desplazó varias patrullas, sabían quiénes vivían en esa especie de chamizo rodeado de una valla herrumbrosa y protegida por cañizo en las puertas. «Una pareja de okupas que no se encuentra en sus plenas facultades mentales», consignaron los funcionarios.

Gabriel, con la cara arañada y muy alterado, les dijo que había discutido con su pareja y que no sabía dónde estaban sus hijos. «No se preocupen, están todos muertos. Me he peleado con mi mujer porque ella iba a sumergirse en la piscina para reencarnarse en la vida de nuestros hijos». La sangre que encontraron junto a la piscina solo auguraba un mal final.

Comenzó entonces una búsqueda contra el tiempo con todos los equipos especializados de Guardia Civil movilizados, hasta que a la una de la tarde un perro del Servicio Cinológico siguió el rastro de una camiseta con sangre y encontró a la madre, desnuda y descalza, acurrucada en un viejo bidón de agua, desorientada y sin dar paradero de las criaturas. Al lado, entre matojos, una silla de bebé mugrienta era el único rastro de los niños.

Al cabo de varias horas de interrogatorio en el cuartel de Moncada en las que la pareja divagó y habló de reencarnación, extraterrestres e incoherencias de todo tipo, los investigadores del Grupo de Homicidios de la Comandancia de Valencia lograron que María los llevara hasta el lugar en el que había sepultado a los niños, de forma improvisada. «Tienen que resucitar», llegó a decir la madre en pleno delirio. Ninguno ha admitido el crimen, según las fuentes consultadas, pese a las numerosas evidencias recogidas en la parcela de la vivienda.

«Llevaban una vida bohemia y alternativa pero a simple vista los niños no estaban descuidados», explican los investigadores. Tenían agua, luz, camas y juguetes. Y la locura acechándolos.

FUENTE: ABC

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