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Todo empezó a temblar cuando la mayoría de los mexicanos estaban ya en la cama. Los más mayores recordaron rápidamente aquel desolador terremoto de 1985 que se llevó por delante la capital y dejó 10.000 muertos. Este viernes, la gente volvió a salir a las calles, agolpándose en pijama a esperar el fin de un minuto eterno.

Los mensajes y llamadas advirtiendo de que había llegado el cataclismo eran constantes. Miedo. Fragilidad. México se acordó con un potente zumbido de tierra del devastador poder de la naturaleza.

Eran casi las doce de la noche cuando las alertas sísmicas comenzaron a sucederse. El epicentro estaba al sur, en el estado de Chiapas, casi en su parte limítrofe con el estado de Oaxaca. El terremoto más potente registrado desde 1932 -de magnitud 8,2 en la escala Richter- comenzaba a crujir buena parte del sur y centro del país. También se dejó sentir en la vecina Guatemala. Un tsunami de piedra y barro se extendía oculto en las entrañas.

No hizo falta que sonaran las alarmas instaladas en las ciudades. Eran innecesarias. Sonaba ya con potencia el temblor en los pies, las ventanas, las farolas, el asfalto…. La zona más pobre del país, en esa extraña elección de la naturaleza obcecada siempre en golpear donde más daño puede hacer, veía derrumbarse los edificios.

En la capital, el recuerdo de aquella pesadilla de hace 32 años generaba angustia. Más de 20 millones de personas despertaron entre alarmas en una zona pantanosa que se deslizaba con vaivenes tectónicos. Los padres protegían a sus críos con mantas, las gentes se reunía en grupo, lejos de mamparas, inmuebles o cualquier cosa que pudiera derrumbarse.

En algunos lugares cayeron cascotes de edificios que provocaron algunas estampidas a sitios más abiertos. Los barrios asentados en zonas rocosas como Las Lomas temblaban menos que otros como La Condesa, La Roma, el aeropuerto o la ciudad limítrofe de Ecatepec, cuyo suelo es arcilloso.

También en algunos puntos del país el cielo oscuro ardía con extrañas luminiscencias poco frecuentes en los sismos. Una rareza natural que se produce al abrirse la tierra. Del suelo salía energía en forma de descarga eléctrica de diversos colores y tamaños. El mundo parecía deshacerse.

Y de pronto se detuvo todo. El suelo dejó de tener vida, llegó la tensa calma y comenzó el recuento de daños con la precaución y miedo a las posibles réplicas. Las primeras informaciones decían que al menos en ese superpoblado centro del país que conforman Ciudad de México y el Estado de México no había grandes daños. Cortes de luz, algún poste derribado y algunos inmuebles con desperfectos.

La ciudad aguantó sorprendentemente la embestida. Nadie cantaba victoria aún hay miedo a una réplica fuerte que ponga de nuevo en jaque a la megalópolis, pero parece que los edificios apuntalados tras el terremoto de 1985 han superado la prueba. «Los servicios de emergencia y alarma han funcionado bien. El efecto podría haber sido peor en las zonas de crecimiento desordenado de las afueras, barrancas y zonas pantanosas. Muchas partes de la megalópolis aún no están preparadas para el proceso desordenado de su crecimiento. Ha sido muy afortunado que allí no haya habido que lamentar una catástrofe como la del 85. La población en todo caso está muy preparada y ha reaccionado muy bien», señala a EL MUNDO el geógrafo Álvaro Porcuna.

Tras comprobarse que parecía a salvo el lugar donde el cataclismo podía tener consecuencias demoledoras por la densidad de población, empezaron a llegar datos del sur. Allí fue donde golpeó con fuerza el terremoto. En los primeros momentos se hablaba de dos, cuatro, seis víctimas. La cifra crecía como crece siempre en estas catástrofes. En este momento hay al menos 90 fallecidos, la mayor parte en el pobre estado de Oaxaca donde parecía haber al menos 23 víctimas. También había fallecidos en Tabasco, tres confirmados por las autoridades, mientras que en Chiapas se contaban siete decesos. El presidente Enrique Peña Nieto confirmó «más de 200 heridos y 1,85 millones de personas que sufren cortes de energía». El Gobierno ha decretado tres días de luto nacional.

Una foto de un edificio público de la localidad de Juchitán que muestra un amasijo de escombros sobre el que se mantiene erguida la bandera nacional se convirtió entonces en viral. Allí murieron 17 personas y se derrumbaron 100 inmuebles. No su bandera. El terremoto ha sido muy duro, el más violento en un siglo, pero el país parece haber solventado mejor de lo esperado el apocalipsis.

Sin embargo, ha seguido habiendo réplicas en el abismo tectónico, más de 260 en las siguientes 12 horas, aunque ninguna, salvo una temprana en Oaxaca de 6,1 grados, de suficiente fuerza para notarse. La alerta de tsunami se mantiene en toda la costa del Pacífico, desde México hasta Ecuador, aunque hasta el momento no ha habido las anunciadas olas de cuatro metros y la amenaza de maremoto parece diluirse.

Ahora la amenaza en todo caso es doble. El país mira al sur y al este. Por allí, en la costa de Veracruz, el huracán Katia ha llegado con categoría uno. El suelo y el cielo han decidido sacudir todo a la vez.

FUENTE: El Mundo

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